Educación para acabar con la mutilación genital femenina

El pasado lunes 6 de febrero se celebró el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. Naciones Unidas dedica una página especial a este día, en la que señala que aproximadamente 200 millones de mujeres y niñas en todo el mundo han sufrido algún tipo de mutilación genital, y que, si la tendencia actual continúa, en 2030 15 millones más habrán sido sometidas a esta práctica.

La mutilación genital femenina, especialmente en sus formas más extremas, no sólo puede producir traumas psicológicos, sino que acarrea graves riesgos para la salud  y puede llegar incluso a causar la muerte. El tipo más severo de mutilación es la infibulación, que consiste en una clitoridectomía (extirpación del clítoris y de los labios) seguida por el cierre vaginal mediante sutura de la vulva hasta que ésta queda casi totalmente cerrada. Los índices de prevalencia de este tipo de práctica son elevados no sólo en países de renta baja como Somalia, Guinea y Yibouti, sino también en otros de renta media como Egipto.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) plantean la eliminación de la mutilación genital femenina 

En su meta 5.3, el  ODS5 – dedicado a la igualdad de género – insta a acabar con la mutilación genital femenina. Desde luego, no será fácil. La perpetuación de esta práctica se debe a multitud de factores, entre los que destaca el arraigo de determinadas normas sociales y culturales; esta diversidad de factores hace que la eliminación de la mutilación genital femenina requiera de esfuerzos coordinados entre los distintos actores interesados. Así pues, el éxito de las intervenciones dirigidas a poner fin a la mutilación genital femenina suele depender de que sean las propias comunidades afectadas quienes lideren el proceso, o de que al menos participen en él. Para que lo hagan, es necesario que las intervenciones estén basadas en un profundo conocimiento de las poblaciones y comunidades con las que se va a trabajar, replicando aquellos mecanismos que funcionen a la hora de colaborar con los líderes comunitarios, incluyendo a los líderes religiosos. Además, es necesario que las intervenciones tengan un enfoque integral – que incluya no sólo acciones de prevención y protección, así como la provisión de atención médica y psicológica a las mujeres y niñas afectadas, sino también medidas para el procesamiento penal de los responsables.

Así pues, todos estos factores ponen de relieve la necesidad de que las distintas partes interesadas – responsables políticos, ONG, líderes religiosos y profesionales de la salud – trabajen de forma conjunta y coordinada para poner fin a la mutilación genital femenina.

Cómo trabajar con personas que  practican la mutilación genital femenina

En muchos contextos, las creencias religiosas de la población son un factor esencial para que  la mutilación genital femenina siga considerándose  una práctica recomendada. Sin embargo, ninguno de los textos de las grandes religiones – incluyendo el Islam – respalda realmente este tipo de prácticas, y de hecho cualquier fe religiosa puede ofrecer más argumentos en contra que a favor de la mutilación genital femenina. No obstante, dado que se trata de una práctica muy arraigada, una legislación que no cuente con la apropiación de las comunidades tendrá efectos muy limitados en la erradicación de la mutilación genital femenina; de hecho, en algunos casos lo único que se consigue es que quienes la practican se oculten para hacerlo, pero no llega a erradicarse esta práctica.

Y aquí es donde la educación desempeña un papel esencial, tanto en el sentido más amplio – para apoyar cambios en los roles de género tradicionales allí donde éstos contribuyen a perpetuar la discriminación por razones de género – como de manera más específica, para conectar con las personas que practican la mutilación genital femenina y explicarles las consecuencias negativas de dicha práctica.

La educación del personal sanitario, una gran ayuda

En países como Egipto, la mutilación genital femenina está muy medicalizada, de modo que el personal sanitario puede desempeñar un papel importantísimo a la hora de erradicarla. El elevado nivel de medicalización se debe, en parte, a la creencia de que  este tipo de prácticas son seguras si son profesionales sanitarios – y no personas que practican la medicina tradicional – quienes la llevan a cabo. Sin embargo, aquellos casos en que los médicos que practican una mutilación genital femenina ganan más de lo que obtendrían con una visita médica normal ponen de manifiesto que existe un sistema de incentivos problemático y equivocado. Por otro lado, la medicalización conlleva también el riesgo de legitimar estas prácticas.

Los planes de estudios de las carreras medicina y enfermería deberían incluir formación adecuada sobre mutilación genital femenina, de modo que los trabajadores sanitarios dejen de creer que esta práctica es inocua o médicamente recomendable para las mujeres. Los estudiantes de medicina tienen que conocer los riesgos asociados a la mutilación, y en este sentido las campañas de información dirigidas a este colectivo son esenciales.

Normalmente, las intervenciones y programas que han contribuido a la reducir o eliminar estas prácticas están centrados en las comunidades, a las que informan sobre  los posibles efectos perjudiciales que supone la mutilación genital femenina para la salud, destacando además que constituye una grave violación de los derechos de mujeres y niñas. Además, el éxito de este tipo de programas suele depender en gran medida de que sean capaces de empoderar a las mujeres y de que traten de  cambiar las normas sociales a nivel comunitario, y no sólo las actitudes individuales.

En general, y dada la complejidad y de estas prácticas y las sensibilidades que despiertan, es necesario que los programas dirigidos a eliminarles requieran del compromiso de distintos sectores, así como del  trabajo coordinado no sólo de los Ministerios pertinentes (normalmente los de Salud, Educación y de la Mujer), sino también de la sociedad civil.

¿Qué funciona? Los programas piloto nos dan pistas

Lo ideal es abordar la mutilación genital femenina como una vulneración de los derechos humanos, y no simplemente como un problema sanitario. Tostan y otras organizaciones no gubernamentales han sido pioneras en la puesta en marcha de programas para acabar con la mutilación genital femenina, pero otro tipo de organizaciones – incluyendo las instituciones nacionales – también son activas en este ámbito. En Egipto, una evaluación del Modelo “Pueblo sin mutilación genital femenina” señalaba que el programa había logrado cambiar las actitudes y opiniones sobre este tipo de prácticas. La evaluación también hacía hincapié en el papel que desempeñan los medios de comunicación y en la necesidad de implicar tanto a los hombres en general como a los líderes religiosos en particular. Asimismo, advertía del riesgo de centrarse únicamente en las secuelas físicas de la mutilación genital femenina, ya que esto podría traducirse en una mayor medicalización, en lugar de en la eliminación de esta práctica.

Además del problema que supone la medicalización, la mutilación genital femenina sigue siendo una práctica generalizada fundamentalmente en sociedades caracterizadas por profundas desigualdades y desequilibrios de poder entre hombres y mujeres, de manera que su eliminación no será posible sin el empoderamiento de las mujeres. Y, también en este aspecto, la educación debe desempeñar un papel fundamental.

Artículo de Quentin Wodon y Els Leye

Puedes leer el original en inglés