Día Internacional de los Derechos Humanos: la Utopía que nos hace avanzar

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y (…) deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.  Así reza el primero de los treinta artículos que conforman la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas tal día como hoy hace ya cuarenta años, en 1948. La humanidad, agotada tras años de guerras y miseria, decidió dotarse de un instrumento legal que permitiera proteger a todas  las personas frente a la violencia, la pobreza y las humillaciones, sentando las bases de un principio que rige nuestra convivencia en este planeta: que todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, deben disfrutar y ejercer una serie de derechos que les son inalienables, “sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento, ni ninguna otra condición”. Esta Declaración establece además que los Estados tienen la obligación de garantizar y proteger el ejercicio de estos derechos.

Se trata de un documento histórico, que expone valores universales y un ideal común para todos los pueblos y naciones. Un avance sin precedentes como personas y como sociedades, una brújula consensuada y compartida por todas las personas que nos orienta en el camino hacia un mundo más justo y digno. Me atrevería a afirmar que, en la actualidad, nadie se atrevería a manifestarse en contra del contenido de esta Declaración, al menos abiertamente. Parece obvio: prohíbe la discriminación, la tortura o la violencia arbitraria y protege la libertad de conciencia, la de movimientos y la igualdad de las personas, entre otras cuestiones. Y, sin embargo, cuarenta años después, estos derechos se siguen vulnerando todos los días; incluso hay quienes, con sus actos y declaraciones, los niegan o directamente los atacan. Pensemos, por ejemplo, en los Artículos 13 (13.2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país) y 14 (14 1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país) y reflexionemos sobre lo que está ocurriendo en el Mediterráneo y en los países de una Europa que nació con el sueño de ser ejemplo de tolerancia, dignidad y respeto. Pensemos en los miles de periodistas que cada año son asesinados por garantizar nuestro derecho a la información en Siria, Rusia, o México, o en los casi 821 millones de personas que sufren privación crónica de alimentos (hambre, para entendernos), y cuyo número no ha dejado de aumentar desde hace tres años.

En esta línea, imposible olvidar también a los 262 millones de niños, niñas y adolescentes de todo el mundo que no están ejerciendo su derecho a la educación. Porque, aunque a veces parecemos olvidarnos, la educación (gratuita) es también un derecho de todas las personas, consagrado en el Artículo 26 de esta Declaración Universal, que entiende la educación no como la mera transmisión de conocimientos, sino como una educación que debe tener por objeto “el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”.

Desde la Campaña Mundial por la Educación, queremos aprovechar este Día Internacional de los Derechos Humanos para reafirmar nuestro compromiso con su defensa y cumplimiento, especialmente en el caso del derecho a la educación, así como para invitar a  todos nuestros lectores y lectoras a unirse a nosotros en esta celebración reivindicativa. (Re)leamos la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Conozcamos nuestros derechos. Celebrémoslos. Defendámoslos en nuestro día a día. Luchemos para que todas  las personas del mundo puedan ejercerlos. No olvidemos que, a pesar de sus constantes vulneraciones, son nuestro mayor orgullo como humanidad, ya que constituyen la hoja de ruta que nos hemos marcado hacia un mundo más digno, más justo. Son, en palabras de Galeano, la utopía que debería mover el mundo: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para avanzar.” Avancemos. Soñemos. Luchemos juntos y juntas hasta que un día la utopía deje de serlo.

Por Cristina Álvarez, Coordinadora de la Coalición Española de la Campaña Mundial por la Educación.